La osadía de ser atlista

Ser aficionado del Atlas no es cosa fácil
(fotografía tomada de la cuenta de Facebook El Rojinegro)
Te digo que ya no duele. Cuando Lucas Ayala anotó el empate, el comentarista dijo "cómo quedó la final de 1999 en la Bombonera", y todos se rieron. Quedó dos a dos, el tres a tres, como el de ayer, fue en el partido de ida, en el Jalisco. De hecho, ese se parece más a la derrota contra Morelia: los Zorros perdían 2-0 al minuto ocho, pero después descontó César Andrade, el talentoso jugador que poco después perdió una pierna en un accidente automovilístico. El juego acabó en empate a tres. No viví ninguno de esos partidos, me hice aficionada del Atlas un torneo después, cuando los vi jugar contra Tigres en El Volcán y me enamoré de la bolea de Daniel Osorno con esa zurda suya de toque excelso. Decidí que mi equipo sería el subcampeón. Ese torneo terminó superlider. Así empezó todo. 

No vi esa final contra Toluca, pero a veces me martirizo buscándola en Youtube. Sí, ya sé que no es normal; pero me gusta ver a Rafa Márquez con esa cabezazo al ángulo que desató la euforia en el Jalisco, al Misionero Castillo con el gol antes del minuto de juego en la Bombonera y a Miguel Zepeda en sus mejores años. No, no siempre lloro. No siempre. 

Lo escuchaste, prefería que Monarcas anotara primero. Conozco a mi gente, necesitan nadar contra la corriente, es nuestra naturaleza, ¿masoquismo?, quién sabe, pero sólo así reaccionan. Los mejores partidos del Atlas han sido cuando están con la soga hasta el cuello, si están cómodos, todo se va al carajo. ¿Te acuerdas del 2006? Me encontraste al otro día del partido contra el América en cuartos de final. Estaba triste y lo notaste. Sabías la razón. Ganábamos tres a cero. El golazo del Tripa Pérez me hizo salir corriendo de casa para gritarlo. Nadie me peló, pero igual lo disfruté. Romano sintió el pase en la bolsa, sacó a Osorno y no recuerdo a quién más. El equipo se cayó. Otra vez eliminados. 

Siempre me pongo la playera. Me gustan los colores. Desde la preparatoria le doy mal uso a las becas y las gasto en la camiseta de la temporada. Claro que me acuerdo, ¡cómo olvidar ese día! El Azul y el Atlas habían perdido y nos fuimos a la escuela con nuestras respectivas playeras, aguantando las burlas. Gracias por eso. 

A veces pienso en las veces que llegué corriendo a tu casa con mi balón para ir al campo, que con sus hoyos y falta de pasto era nuestro lugar favorito. Muchas de ellas llegaba extasiada para enseñarte lo que mi madre me había regalado: mis primeras espinilleras del Atlas, el uniforme de imitación con la publicidad de Corona al frente que no dejé hasta que de plano era muy vergonzoso andarlo usando todo roto. No hemos ganado nada. Calificábamos a la liguilla, nos quedábamos en semis  en cuartos, luego en repechaje, después ni siquiera estábamos entre los ocho primeros. Y vino el descenso. 

Para entonces yo era delantera y tú defensa. Quería ser como Daniel Osorno y me hice zurda a la fuerza. La vez que jugamos contra la Guadalupe metí un gol desde la banda que se coló al ángulo. Uno de los tantos señores que nos iba a ver jugar dijo que me pagaba un cartón por mi gol, yo no tomaba ni rompope. Muchos recuerdos con Atlas y contigo, con el balón, con sábados pegada al televisor o a la bocina de un radio medio descompuesto para escuchar el partido, con apuestas de a peso en la primaria, con muchas más derrotas que victorias, pero te digo que ya no me duele. Gracias por la llamada, pero estoy bien, cuando le vas al Atlas, estas cosas pasan... y muy seguido. 

Ser atlista no es cosa fácil. Existimos muchos rojinegros regados por el mundo que en la vida han visto jugar a La Academia. Esos que siempre están envueltos en relaciones enfermizas, los que son fieles hasta el tuétano, los que disfrutan la adrenalina de la incertidumbre, aquellos que siempre pierden en el amor y sin embargo se atreven a amar una vez más. Todos ellos son atlistas en potencia, sólo que no se han enterado. Nosotros, ese grupo de personas que parecemos disfrutar del dolor, no somos más que una bola de románticos esperando el regreso de nuestro amor, al que gozamos hasta el cansancio hace muchos años, al que le creemos las promesas al inicio del torneo, con el que lloramos cuando descendemos un lugar en la tabla de cocientes y con el que reímos cuando, muy de vez en cuando nos acaricia la victoria. ¿Inmunes al dolor? No. Se trata de ponernos a prueba para levantarnos las veces que sea necesario. 

Comentarios

  1. Gracias por tomarte el tiempo de leerlo, ser atlista no es cosa fácil, pero es lo que más me gusta hacer :)

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  2. que buen articulo, me gusto mucho y pensar que me hice atlista gracias a un amigo toluqueño =D saludos

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