Los talentos del futbol que sólo hacen gala de él los fines de semana
Cuando llegué estaban jugando los Leones Negros contra las Águilas, así a secas, no del América. Era el medio día del domingo, niños que de los brazos intentaban pasar a sus primeros pasos, jóvenes sin playera que lucían unos incipientes músculos, aguas frescas de a siete pesos, tacos de canasta de a cuatro, el arbitraje de a 120 por equipo. Es la Liga Delfín Madrigal, que se juega a unos pasos de la estación del Metro Universidad. Cada domingo, esas canchas son un festín y punto de reunión para decenas de familias que ven a sus ídolos del futbol de barrio.
La que en la espalda lleva el número nueve y el nombre de "Sisi" ya anotó dos goles para las Águilas. Lleva el cabello suelto a la altura de la nuca, luce un lunar en el pómulo derecho, las calcetas moradas, el short negro, la playera azul eléctrico, combinar es lo de menos.
—¡La Sisi! Le dicen así porque para todo dice "sí", "sí".
Y la Sisi lleva a su equipo a la victoria. Han ganado su primer partido de la temporada, que este primero de septiembre debe ser como la tercera del año.
Por los pasillos circulan los colores del Barcelona, del León y de los Pumas, los colores más amados juntos en un mismo espacio que está muy lejos del Camp Nou o de Wembley, pero la pasión es la misma.
Empieza otro partido en la cancha dos. Real Madrid contra Argentina, no tiene mucha lógica, pero en la Delfín Madrigal es uno de los duelos más atractivos. Las Merengues son las campeonas, mientras que las sudamericanas acaban de regresar a la Liga, luego de ausentarse algunos meses, con la pila recargada.
El árbitro central marca una falta a favor del Real Madrid, el equipo de su hija, quien es la delantera más peligrosa. Eso sí, los arbitrajes son igual de discutidos que en la Primera División.
—Sí, pero yo estoy viendo el balón, no la otra obstrucción —argumenta el silbante —¡Si no me bajan el brazo, las dos se me van!
Ganó el Real Madrid. Defiende su título con un contundente 5-2. Paso de la cancha dos a la tres, la única que tiene pasto. La número ocho de las argentinas no se queda a discutir con el resto las razones de la derrota, mejor se pone una camiseta naranja fosforescente y se apura para empezar su siguiente partido, el que inicia en la cancha tres.
—Pareces el señor de la basura —le dicen sus amigas, ella sonríe y les sigue el juego.
—Jajajaja, ¿tienes basura?, ¿tienes basura? —responde en tono de broma.
Los fines de semana, juega, por lo menos, dos partidos al día; no se preocupa por lastimarse, no usa espinilleras y nunca la he visto enojarse aún cuando su equipo pierde, como esta tarde frente al Real Madrid. Como ella hay muchas en las canchas de futbol rápido, futbol sala y futbol llanero de la ciudad. Es por amor al arte, al arte de jugar futbol.
Hoy, sin pagar un sólo centavo, sin ser revisada para poder entrar a las canchas, sin el agua de riñón, sin jugadores fingiendo faltas, sin el vendedor de cueritos cruzándose justo en el momento del gol, pero con decenas de mujeres, hombres y niños jugando, aunque sea por un día, a ser ellos los protagonistas del futbol; así pude ser testigo de lo que para muchos significa este deporte que, a nivel, mundial, es la pasión que más se desborda. No hay manera de negarlo.
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