Escenas


Hace poco más de un año se retiró uno de los mejores porteros que ha llegado a México, el colombiano Miguel Calero. El 29 de septiembre de 2011 anunció su retiro de las canchas, luego de entregarle 23 años de su vida al futbol. Aquí un relato sobre aquellos días en que Calero entrenaba por última vez con el Pachuca y de cómo, así como él, nacen otras figuras para el balompié... porque el balón nunca dejará de rodar.

23 de octubre de 2011, Pachuca Hidalgo.

Adiós y bienvenida

Miguel Calero en uno de sus últimos entrenamientos
Miguel Calero grita en la cancha, Luis habla en voz baja. Miguel camina entre las cámaras fotográficas que lo apuntan, a Luis le da vergüenza salir en las fotos. Miguel suelta la mano del niño que se acerca sólo para tocarlo, Luis sonríe cuando alguien lo aborda y le pregunta de futbol.  Miguel tiene cuarenta años y está a punto de retirarse, iluminado por los reflectores que lo acompañaron toda su carrera, Luis tiene diez y por las noches sueña con la próxima prueba para que lo acepten en las fuerzas básicas de un equipo de primera división.

Luis Edmundo García Hernández es un niño de Tampico Tamaulipas y entrena en el Centro de Formación Infantil Leopardos del Tecnológico de Madero. El equipo fue invitado a la visoría que realiza la Universidad del Futbol en Pachuca, Hidalgo; y él, futbolista destacado fue uno de los 25 elegidos para hacer la prueba.

En el rostro su timidez es opacada por sus largas pestañas, cortinas de sus ojos pequeños color café que se iluminan cuando piensa en patear un balón. Es aficionado a los Pumas y quisiera ser un defensa central como Darío Verón, aunque también admira al crack del balompié, Lionel Messi.

Pero mientras Luis y sus compañeros se juegan el destino, a dos canchas de distancia, Miguel Calero, el experimentado portero colombiano, entrena con el primer equipo, dos días antes de su último partido como futbolista activo. “¡La línea!”, grita desesperado a sus defensas. De pronto, el entrenamiento toma una pausa.

Calero sale de la cancha para ceder su lugar a Roberto Cota Robles, un arquero más joven. Un niño de camiseta naranja corre para alcanzarlo, toca su mano y el veterano jugador sin mirarlo retira la suya y sigue su camino. El tumulto de gente es más grande y tiene que detenerse.
—Dejen que me tome la foto con los niños —pide el portero.

Luis Edmundo García Hernández habla de su pasión por el futbol
De pronto se ve rodeado por cámaras y desconocidos que intentan tocarlo. Luego de un par de minutos logra escapar. Tras él, queda una estela de polvo que los pasos apresurados de los aficionados dejan. El ídolo se ha ido.

Luis viajó diez horas desde Tampico. Después de dos días de pruebas fue elegido para saltar al siguiente filtro. A las ocho de la mañana del día siguiente será su próximo partido. “Tengo que demostrar todo lo que me han enseñado”, comenta cuando le preguntan sobre su sentir. Al hablar, juega con sus manos, las une, lleva una al brazo y se acentúa su inocencia y timidez, sus dedos se mueven nerviosos. “Voy a echarle lo mejor”, sentencia.

Su camiseta blanca presume las firmas de Julio Gómez y Marco Bueno, esos héroes que, siendo niños aún, levantaron la Copa Mundial sub-17 hace apenas tres meses en el Estadio Azteca. “Yo vi Los Supercampeones en la tele, ellos los tienen aquí, en vivo”, comenta una joven que ve a Luis y a sus amigos acercarse al juvenil Julio Gómez, anotador del gol que diera el pase a la final a la selección nacional en el mundial pasado.

“¡Julio fírmame la playera!”, le grita Luis. El jugador hace una seña para que espere al final del entrenamiento. Pegados a la línea de cal, con la playera levantada y los tacos en la mano, los tamaulipecos esperan para tener la firma y la fotografía de su paisano, el también oriundo de Tamaulipas, Julio Gómez.

Antes de su adiós
“¿Cómo está tu hermano?”, pregunta el jugador a uno de los niños, haciendo notar su cercanía por compartir la misma tierra. “¡Tómate una foto conmigo Julio!”, él acepta. Los infantes lo rodean, el campeón mundial reparte firmas, sonrisas y poses para fotografías. Luis corre sin saber qué más decirle a Julio, como si quisiera contagiarse de esa magia que tiene su perfil de niño héroe. Cuando Julio se va, Luis sigue feliz, su timidez ahora se esconde tras la sonrisa que le he dejado ver al futbolista. Su sonrisa es inocente, como su vocación de deportista.

El sábado 22 de octubre por la noche fue el momento de Miguel Calero y su adiós definitivo luego de casi once años de carrera con los Tuzos del Pachuca. Eligió despedirse frente a los Pumas de la UNAM, equipo que enfrentó en la última final a la que llegó con el Pachuca en el Torneo Clausura 2009. “Déjenlo volar que ya se va”, comentaba, casi en un grito, el comentarista Cristian Martinoli de Tv Azteca, luego de que el arquero salvara la portería hidalguense en una atajada espectacular. Miguel dejó seca la ofensiva puma, se fue limpio. Cero goles.

Luis, luego de pasar el viernes los últimos filtros para ser aceptado, podría estar viendo ese partido por televisión. Sentado en la sala de su casa, parado frente a una tienda con sus amigos pamboleros, escuchándolo por la radio o tal vez, a la misma hora en que Calero dice adiós, el niño de apenas diez años, estará en una cancha de arena pateando un balón, soñando con algún día sacudirse el polvo del anonimato y brillar, como sus ojos brillaban al decir: “Sí, yo fui uno de los que aceptaron en el Pachuca”. Podría imaginar el día de su debut en una cancha de Primera División.

FOTOGRAFÍAS: (1) Por Jemima Sebastián, (2) y (3) por Adrianelly Hernández Vega

Comentarios